El Köln FC perdía los tres puntos que necesitaba para continuar en la primera liga. Los Ultras hacían arder el estadio con canticos al unísono, rabiosos pero esperanzados. Pitazo final. Wolfburg 3; las cabras 2. La lluvia arreció. La muerte deambulaba sobria pero sedienta.
A Furkan no le gustaba el futbol, prefería pasar el rato con sus amigos de barrio; fumar algo de shisha, escuchar rap de Berlín y dejar que la noche lo ocultara para quedar tranquilo y grafitear su apodo por donde pasara.
Esa noche no fue diferente, alistó las pinturas, verificó la carga de su teléfono, buscó los audífonos y al encontrarlos los desenredó, se percató de también llevar su agenda de dibujos. Esa era una gran noche, llevaba un par de semanas planeando pintar un grafiti más grande, más ambicioso. Ya había practicado demasiado con pequeños trabajos, era hora de que su arte comenzara a tener mayor visibilidad en la ciudad.
Con el buen ánimo batiéndose suave al ritmo de los beats, tomó su bicicleta pero al acordarse de que el dynamo un par de días atrás se había dañado, regreso para hacerse de la bicicleta de su hermana. Era de color verde y blanco, con una canasta al frente y una liana de plástico envuelta al manillar. Se veía estúpido, según pensaba, pero ese era su gran día y nada se lo podría arrebatar. Así que emprendió rumbo hasta Niehl, desde el barrio no era mucho. La gente estaba viendo el partido, sería más fácil.

