13 de marzo

Domingo 13 de marzo, 7 de la mañana.

El primer tren hacia Berlín acababa de pasar. Una hora mas en cama parecía ser razón suficiente para dejarlo ir en paz y tomar el siguiente. Pero esa hora se convirtió en hermosos ochenta minutos de ensoñación. Entonces de un salto quedé en la ducha y de otro, aun de mayor estrépito, a escasos metros del acceso al anden en el que embarcaban tranquilos los puntuales rumbo a la capital. Creo que el maquinista tuvo compasión de mi desespero, aguardando breves segundos para que mi arribo se diera, y luego, sin carga en la conciencia, continuó en operación.

Hoy es un día importante para el país; tienen lugar las elecciones al Congreso de la República y las Consultas Presidenciales entre grupos de coalición. Y ese un buen motivo para viajar a Berlín, porque tomar algunas fotografías es otro.

Desde la ciudad donde vivo hasta el consulado, el trayecto, sin contratiempos, no dura mas de hora y media. En una primera parte del recorrido, las vías férreas atraviesan parte de los campos de Brandemburgo, que logran llamar la atención, entre otras cosas, por su dimensión. Mas entrado el verano, se les puede ver haciendo crecer sobre todo trigo, maíz y canola. Ahora, a penas saliendo del invierno, están limpios de cultivo y maquinaria agrícola. La locomotora avanza a mas 100 kilómetros por hora mientras que paulatinamente comienzan a aparecer en el paisaje jardines, casas y edificios, y por supuesto también berlineses ocupados en sus oficios habituales. El Regio, como le dicen acá, termina el recorrido en Hennigsdorf, justo en la frontera con Berlín. De allí en adelante es necesario trasbordar al metro. Busco en los tableros la ruta correcta y me dirijo a abordarla.

El metro de Berlín se caracteriza por ser de color amarillo, congestionado, sucio —hay que decirlo—, por sus llamativas campañas publicitarias, pero sobre todo por transportar a diario a la multiculturalidad que allí convive. A veces superficial, otras elevado o subterráneo, el camino hacia el puesto de votación asignado se va acercando.

Ya puesto sobre la Friedrichstraße, solo resta caminar unas siete calles, aunque es posible transbordar a otra línea del metro para quedar justo al frente del destino, prefiero alistar la cámara e ir capturando uno que otro momento con los que me voy topando. Por esta zona es posible ver a la distancia la torre de televisión que se alza sobre Alexanderplatz. Igualmente es lugar de museos, embajadas, plazas y edificios gubernamentales.

Las aceras son suficientemente anchas para poder observar en rededor con relativa comodidad. Algunos edificios ramifican sus columnas en el extremo que da a la carretera sobre el corredor peatonal, creado con ello, por un lado, mas espacio habitable en las plantas superiores, y por otro, pasadizos comerciales que se extienden a lo largo de la manzana.

El recorrido me lleva inevitablemente a atravesar el bulevar de mayor tradición y reconocimiento de la capital alemana. Se trata de Unter den Linden, que al tomarlo hacia el este es posible apreciar, incluso a la distancia, la puerta de Brandemburgo, famosa por haber sido punto central del muro que dividió a Berlín durante décadas. Me detengo en calma, apunto tratando de encontrar la mejor ocasión y disparo para darle caza a este momento.

El consulado esta cerca, basta cruzar la histórica plaza de Gendarmenmarkt, en donde se alzan como dos bastiones antagónicos la Catedral alemana y la Catedral Francesa, ambas con rasgos arquitectónicos, aunque diferentes, de una época de monarcas respingados e innecesarios. Pero en medio de la plaza, haciendo llamado a la mediación, se alza la conocida Sala de Conciertos de Berlín, sede de la Banda Sinfónica de la ciudad. Esta plaza da lugar al turisteo. Grupos de visitantes escuchan atentos en ingles el discurso repetitivo del guía turístico de turno. Fotos tomadas con los móviles donde las edificaciones actúan como fondo y donde el protagonismo queda en las sonrisas de los miles de turistas que por allí a diario deambulan.

Finalmente cruzo la calle buscando el Consulado Colombiano. Se trata de un edificio de unos cinco pisos de alto, de una fachada que no resaltaría si no ondease la bandera tricolor. Esta vez casi envuelta en su propia asta. En la entrada se agrupan las colombianas y colombianos que se unirán en ejercicio democrático. Estos son mis segundos comicios en el extranjero. Fue y es la oportunidad perfecta para ver a «tantos» compatriotas reunidos en un solo lugar, y por qué no, compartir algunas charlas rápidas y amistosas, plausibles en todo caso, con colombianos que como yo se encuentran nadado en esta marea llamada Alemania.

Aunque lejos de la patria que me vio nacer, aunque pueda que el aporte que mi voto hace a la endeble democracia de mi país no signifique nada para muchos, aunque esto también haya servido como excusa para tomarle fotos a Berlín, me pongo de cara frente a los tarjetones, esperando que a través de mi voto y el de millones el país en su gran conjunto pueda dar el giro de timón que verdaderamente necesita.

También te podría interesar

LEER AQUÍ
LEER AQUÍ